25 junio 2008

Aviso de ocasión.

A ver. No tiene ni tres horas que publiqué la entrada anterior y ya me llovieron comentarios desatinados de todas partes del país y del mundo (saludos Marruecos, Canberra y Burkina Faso) reclamando mis reprimendas, rasgándose los afelpaditos y enviándome a lugares muy raros que no planeo visitar antes de mi largamente aplazado viaje a las costas mediterráneas.

Vamos dejándolo claro, ¿sí?

Todo aquel que conozco personalmente (inclúyanse las que he visto muy poco, como Charlotte a quien aprecio muchísimo; las que nunca en mi vida he visto en persona como Perséfone, cuyo blog disfruto y cuyos comentarios siempre aportan un rato bien agradable a mi día) dejará siempre, queriéndolo o no, un rastro más o menos fácil de seguir. La trama de mi vida (una trama Christiesca) me ha hecho un desconfiado, pero también un especialista de la sospecha y el argumento olfativo, así que de una forma u otra siempre sé quienes son. Esos siéntanse en confianza de soltar cuanto improperio o desvarío gusten aquí, que para eso está la pizarra.

Pero aquellos que, además de no conocerme, pretenden comportarse como si lo hicieran, vayan a otro molino, que en este no hay más que mentadas.

Postdata particular: Miss Sandez, no le estoy tirando indirectas, ¿ok? Me da mucho gusto saber de usted y me encantaría conversar en cuanto tenga la oportunidad. Si quiere mandarme sus datos, mi correo electrónico está al alcance de todos en mi perfil. Yo no tengo nada qué esconder. Quizá sólo mi declaración de impuestos y los resultados de mi examen ELISA. Fuera de eso soy un libro abierto, así que si no les gusta la literatura, pueden seguir leyendo el reverso de sus cajas de cereal.

Los quiero, tontotes.

¿Por qué me hacen enojar?

A ver, pequeños incomprendidos, yo sé que sus padres no les pusieron suficiente atención, que sus maestros se cansaron de decirles lo mediocritos que iban a ser de grandes, que sus novi@s les gobiernan la vida, les pegan, ponen el cuerno y utilizan como auxiliar masturbatorio, sé todo eso y créanme que los compadezco de todo corazón, pero

¿A mí qué coños me importa?

Como ya se habrán dado cuenta aquellos que suelen comentar en este blog (saludos Charlotte, Perséfone, Ana Patricia, Dante y los que se acumulen en la semana) desde hace tiempo deshabilité los comentarios anónimos. ¿La razón? Desconfío de cualquiera que no tenga ni siquiera las pelotas de ponerle su rostro a su punto de vista. Tirar la piedra y esconder la resortera no es una costumbre bien vista en esta bitácora, aquí se dice lo que se quiere, sin importar si es políticamente correcto, inmoral, violento, cachondo, reaccionario o lo que les dé su benvenida gana, con la única condición de que cuando yo pregunte: ¿Y quién lo dice? Haya alguien que levante la manita y diga, con toda calma "Esta boca es mía".

Ahora, un par de vivales de es@s que nunca faltan se han escudado en la facilidad con la que blogger te permite ser alguien sin ser nadie para venir y comentar sandez y media, o incluso para recordarme cositas de mi vida personal con una libertad a la que no sé quién les dio acceso. Por supuesto tengo una lista de sospechosos y por supuesto no necesito pruebas (juez, jurado, ejecutor y verdugo) para condenarlos a las ardientes llanuras de los comentarios borrados. Desafortunadamente para ustedes, pequeños, blogger es igual de amistoso para los dos lados, así que todo comentario se somete a mi aprobación antes de aparecer desplegado en la interfaz de la bitácora, y obviamente toda esta diatriba va dirigida a poner en claro que a partir de hoy no voy a autorizar nada cuya procedencia desconozca.

Claro, siempre les quedará la opción de consolarse pensando en lo poco relevante que es publicar sus comentaritos en una bitácora que nadie lee y cuyo radio de influencia no rebasa los límites de este gigantesco estado que es el mío (y Querétaro, gracias Vizzuet). Si, pues que les sirva de consuelo, pequeñ@s, aunque ustedes y yo moriremos sabiendo que se mueren de ganas de sacarme de onda con sus devaneos camuflados y su fiesta de disfraces.


Así que, de ahora en adelante, si alguien llega al blog y no tiene una personalidad de blogger fácilmente reconocible, asegúrese de aclararme en su comentario quién es y cómo puedo ponerme en contacto. Se ganarán mi respeto y un pedazo de pared en donde rayar sus loqueras. Ah, y no me hablen como si me conocieran, no saben nada de mí. Ah, y tampoco me pidan que conteste mi celular como si lo tuvieran, no hay más de 20 personas en el mundo que tengan mi teléfono personal. Ah, y tampoco asuman que las escasas cursilerías que pongo son para ustedes, sólo hay una mujer para la que escribo desde hace un tiempo y créanme, si dudan, no son ustedes.

Ay, la violencia. Sí pues, como dijo Charlotte: Por ahí está la puerta. Nos vemos en el invierno.

24 junio 2008

Retroatrayéndome.

Continuamente me jalo hacia el pasado. Continuamente me jalo hacia los días que ya se fueron. Continuamente noto que me duele lo corruptos que quedan mis recuerdos tras los finales de miseria que suelo darle a las cosas. Continuamente descubro que mi aversión al pasado no deriva de lo amargo de mis nostalgias, sino de la dulzura de las cosas que se han podrido para siempre. Continuamente me reprendo por ceder a la debilidad de recordar, de permitirme vivir de nuevo dolores viejos, por esta manía estéril de tallarme las heridas hasta abrirlas de nuevo, por esta seducción de mi propia mente que me hace ceder a la tentación de un recuerdo radiante y seguirlo hasta encontrarme de pronto en la ciénaga maloliente del verdadero recuerdo, ese en donde a veces estás tú, que sé que sigues leyendo esto aunque ya nunca digas nada.

¿Por qué no me dejas en paz? ¿Por qué no nada más tomas tu veneno y te lo bebes?
¿Por qué no te mueres, con un carajo, y conviertes este mundo en un lugar libre de ti?
¿Por qué sigue estando bien oscuro, aún cuando todo el mundo me grita que llegó la mañana?
El mundo no es un lugar amable. Yo no soy un tipo amable. Tu patetismo y tus arranques de histeria, tu sed de venganza, tu frenética manía de hacerme daño, todo eso, incluída tu pobre alma condenada, se pueden dar vuelta para recibir mi patada en el trasero. Esa será la única forma en que te toque de nuevo.

¿Te queda claro?

22 junio 2008

Los que van a morir te saludan.

Mi recuerdo más lejano hacia el pasado es el de los pétalos morados de las bugambilias flotando en el agua muy helada y muy limpia de aquella pileta, mientras mi frágil cuerpo de niño se ahogaba en el fondo. Debo haber tenido cuatro años, pues mi madre jura que no pasé más de uno en el jardín de niños y toda la familia sabe bien que a los cinco ya era alumno regular de primer grado.

La primera de mis muertes tentativas ocurrió a los cuatro años. No morí. No recuerdo quién me sacó de la pileta. Tampoco quién me arrojó. No recuerdo que no morí, pero recuerdo los pétalos muy morados, flotando en una calma de pequeñas embarcaciones a la deriva sobre las ondulaciones del gran estanco que apenas se conmovía un poco de mis desesperados intentos de nadar.

Sé que no morí, porque no muchos años después, a los doce, morí de verdad. Es decir, cumplí con todos los requisitos de la muerte: paro cardiaco, silencio pulmonar, ausencia de pulso, una muerte llana. Doce segundos de la más absoluta de las muertes. Luego me jalaron de regreso, si es que fui a algún lado.

Me gustó más morir que dejar de morir. La muerte fue un remanso. El silencio, que sólo en la muerte puede entenderse como un silencio, y no sólo una ausencia de ruido, un silencio que es presencia y cuya existencia se justifica a sí misma y se basta para llenar los ámbitos que imagino sin esquinas de lo más eterno –la misma muerte que al final decidió no serlo – la luz exageradamente blanca y prudentemente naranja que iba cifrándose con timidez desde el contorno de unos ojos cerrados, trasluciendo unos párpados ya independientes de la voluntad. Luego el criminal ingreso de tubos y catéteres, de oxígenos y epinefrina, de vida mecánica, química, física, artificial e inducida.

Cuando tenía catorce años una mística me aseguró que yo moriría a los ochenta, durante el sueño, y me robó así por muchos años la emoción indescriptible de arriesgar la vida en tantas maneras como hasta hoy lo sigo haciendo. Aquella seguridad de que mi muerte no esperaba al doblar ninguna esquina, sino que dormía con la alarma programada para el año 2062 (el día nunca lo supe), me aburría. Por supuesto era una certeza estúpida, cimentada en los dudosos poderes adivinatorios de una gitana sin ningún prestigio, pero a los catorce años cualquier certeza es suficiente a la hora de los golpes de timón y tras una infancia pueril y excesivamente protegida, yo estaba listo para creerle a quien fuera que me diera permiso para ser idiota.

En fin, no sé por qué hoy amanecí pensando en la muerte y sentí necesario correr a decirlo, aunque fuera sólo para conjurarla y mantenerla en ese plácido sueño en el que seguiré programado para morir a los ochenta años, viejo, en paz y feliz, durante el sueño.

20 junio 2008

Versículo tercero.

-¡No busquéis la verdad en libros que se reputan sagrados, ni en templos que se gritan de dioses variados y temibles! ¡No! Se los digo con la claridad del trueno: Ninguna religión los hará libres. ¡No es posible abrazar la libertad besando el yugo, ni abrir los brazos que permanecen atados!

Ah. La parte difícil del discurso. Por mucho la gran favorita del anunciador profesional del fin del mundo, porque esta parte era el cedazo verbal a cuya filtración no resistían ni las beatas irredentas, ni los fanáticos simplones, ni los perezosos mentales. En resumen, tan pronto como el anunciador profesional del fin del mundo acertaba a renegar de dogmas y doctrinas, empezaban las comezones, no escaseaban las santiguadas y se multiplicaban los actos de escapismo. El orador iba quedándose solo, a excepción de uno que otro anarquista disfrazado de músico ambulante, uno que otro masón vestido de archivista de museo, alguna farisea con camuflaje de artista del tatuaje y varios reaccionarios transmutados en ciudadanos comunes.

De la bitácora del apocalipsis venidero. Día dieciocho del tercer mes del octavo año.

Hoy no se han presentado grandes sucesos en el curso de las doce revelaciones del día. Se han pronunciado las verdades a un promedio de treinta personas por discurso y el que escribe considera que se ha despertado a por lo menos una de cada grupo en cada ocasión.

Si las expectativas del que escribe fueran ciertas, el que ahora lee puede tener la certeza de al menos doce nuevos misioneros en la difícil tarea de predicar en el desierto, obtenidos en menos de seis horas de trabajo, lo cual rebasa por mucho las expectativas diarias consideradas en las primeras notas de esta bitácora y bastan por tanto para considerar la del día de hoy como una jornada de lo más fructífera.

Cabe dejar registro en esta bitácora que el que ahora escribe ha escuchado en las revelaciones de hoy que será este el día de agasajar al cuerpo terrenal a cuenta del trabajo del cuerpo celestial. Por tanto, quede asentado que hoy se hará un retiro por el total necesario para costear un corte de carne, una copa de vino y una copa de helado de la cuenta que se abrió con el generoso donativo del director del periódico a la causa de la anunciación profesional del fin del mundo.

La cantidad exacta se anotará en el renglón de egresos del apartado correspondiente de esta misma bitácora.

Al entrar el anunciador profesional del fin del mundo en el café para escritores pobres y lacayos empoderados, hubo un calor simultáneo en el rostro de una docena de bonitas meseras que conjuraron a la mala suerte y cruzaron unos dedos mentales que alejaran de sus mesas al loquito que gritaba sandeces en el parque de las armas. Once tuvieron resultados positivos. La doceava tuvo que sonreírle a la fortuna y también obviamente al viejo del traje empolvado y el abrigo pardo y el megáfono pegado y vuelto a pegar muchas veces con cinta aislante, ofrecerle café, traerle mejor un vaso con agua, recitarle la muy corta lista de vinos con los que podía llenarle la copa que terminó llenándose con una mezcla de malbec y shiraz y contemplar luego por el gran ventanal que afuera, en la avenida, había comenzado a llover.

18 junio 2008

Versículo segundo.

-¡Las señales ya están aquí! ¿Acaso no las veis, hombres ciegos? ¿Esperan que los gigantes de fuego se levanten y devoren con furia a vuestros hijos? ¡Han llegado las plagas! ¿No las veis? El hombre mata al hombre, el padre mata al hijo y el hijo al padre, el ejército de dios se ha rebelado, los ángeles levantan la espada hacia el maestro. ¡Abrid los ojos, hombres!

Así, con el letrero puesto y el megáfono encendido, el anunciador del fin del mundo se sentía realmente el anunciador profesional del fin del mundo. Así, con las herramientas que manda la ortodoxia siempre a la orden, con la imagen que el estereotipo exige y la sociedad a la que se sirve espera, el anunciador profesional del fin del mundo sabía que no estaba usurpando las funciones de otro, sino cumpliendo a carta cabal con la suya. Un hombre productivo. Un trabajador útil. Un servidor público. Sus palabras llegaban sin barrera a los oídos de los que se agrupaban a conocer la nueva del fin del mundo y los seguían poniendo al tanto del camino para la salvación hasta unos sesenta metros más allá, cuando por la naturaleza de sus propias obligaciones, el auditorio no tenía tiempo para escuchar el mensaje completo. El letrero le permitía acercar el mensaje a los de oído débil pero vista aguda, que en la ciudad no eran pocos.

Al frente se leía: El final está cerca.

Al reverso: El principio también.

La congregación era, por decir lo menos, variopinta. Conjuntaba desde la madura mujer clasemediera caminando de regreso a casa, la joven y evidentemente humilde mestiza con el riguroso niño en brazos, al oficinista aburrido y sin muchas ganas de llegar a un apartamento solitario, los escolares sin más interés que el de ver si en la confusión de la muchedumbre alcanzaban a sonsacarse unas monedas para conquistar el terreno del vendedor de manzanas acarameladas y, siempre en primera fila, los viles curiosos.

El anunciador profesional del fin del mundo, impecable en su abrigo pardo, el chaleco de brocado, la camisa de cuello duro, los pantalones de tubo recto, modulaba la voz para ir del discurso seráfico a la reprimenda luciferina, de la caricia a la bofetada, de la dulce recomendación a la descarnada amenaza. Y todo ello sin que se desarreglara un solo cabello de la larga melena blanca. Sudaba un poco, eso sí. Pero aquel era uno de los más elementales gajes del oficio. No era cosa lógica el soltar largar peroratas sobre las llamas de todos los apocalipsis posibles sin derramar una gota de sudor. Profesionalismos aparte, también la experiencia contaba en aquello de agregar a la larga lista de verdades el tinte histriónico sin el cuál el verdadero mensaje jamás hubiera llegado al auditorio: Aterrorícense, pero de inmediato.

No. Tampoco era cosa de sembrar el miedo para cosechar el lucro. Al contrario, el anunciador profesional del fin del mundo se sentía más que ufano de poder presumir que jamás en su sombrero había entrado una moneda ajena. Había aceptado, sí, alguna comida ocasional, incluso tal vez la cordial invitación de una bebida. Pero esos gentiles donativos los había visto más como una convención meramente social que como una transacción mercantil. No. Los servicios del anunciador profesional del fin del mundo eran –lo habían sido durante diez años- totalmente gratuitos. Lo del pánico, desgraciadamente, era una calamidad necesaria. Los años de servicio público le habían enseñado al anunciador profesional del fin del mundo, sin lugar a la más pequeña de las dudas, que jamás humano alguno se había obligado a disciplinarse sin que mediara un terror genuino entre causa y consecuencia.

14 junio 2008

Versículo primero.


-¡El fin está cerca, hombres!: ¡arrepentíos! Lenguas de fuego han de corroernos los cuerpos, mares de sangre azotarán la tierra, el viento arrasará hasta el último cimiento de los edificios más altos. ¡Arrepentíos!

El anunciador profesional del fin del mundo terminó la arenga de las once cuarenta y cinco, se sacudió el polvo del viejo abrigo café y fue caminando hasta el bebedero del parque de las armas. Era una mañana clara y de una luz meridional, a cuya fuerza se rendían en concierto árboles, calles, estatuas y palomas. Del poniente soplaba un aire fresco que mecía muy levemente, en un vaivén casi simétrico, los flamboyanes aledaños.

El agua del bebedero, fresca hasta la frontera de lo frío, le hizo pensar sin remedio que aquel era el último marzo perfecto de los pocos años que le quedaban por vivir. Era viejo. No tan cronológicamente viejo como decrépito. Desgastado. Treintaidós años fumándose con disciplina religiosa dos cajetillas de cigarros bravos, bebiendo media botella, nunca más, de ron de caña, comiendo una vez y media al día, siempre frío y con manteca, le habían regalado esos diez, quizá quince años de más. Qué fresca estaba el agua, dios mío, qué marzo tan marzo.

En el bolsillo izquierdo del abrigo sobrevivía la mitad de un bolillo desmenuzado, cuyo migajón blanquecino conservaba una extraña suavidad. El anunciador profesional del fin del mundo se desvistió el letrero de trabajo, se sentó en la banca de hierro que miraba a la fuente y con una lenta parsimonia comenzó a arrojarles migajas a los palomos. En un momento la silueta triste del hombre se rodeó de docenas de pequeñas sombras aladas, a las que el sol imprimía unos azules laminados y unos marrones líquidos. Picoteaban sin mucho entusiasmo, pero con un ritmo constante que hacía necesario evocar un mecanismo de relojería. Leves gorjeos, agitar de las alas, quizá algún cucurruteo desperdigado, llegaban a los oídos y semejaban una conversación de mercado con palomos sustituyendo a las marchantes matutinas.

El reloj de palacio dio las doce cuando las últimas migajas desaparecían en la banqueta y la mayoría de los palomos se alejaba planeando hacia las torres de la catedral. Alguno, optimista de esos que nunca faltan, se quedaba por ahí, esperando que la generosidad del hombre diera para más que medio bolillo. Pero la esperanza de un palomo no es moneda que dure. En menos de tres minutos el anunciador profesional del fin del mundo estaba solo. Dio con la vista un giro panicular, escrutando con una atención de microbiólogo los pequeños órdenes del ritual urbano del mediodía. En las cuatro intersecciones que rodeaban el parque se hallaban detenidos cientos de coches, esperando la luz verde de los semáforos. Los cuatro letreros del cruce peatonal estaban encendidos, concediéndole el paso a las muchas docenas de peatones que aprovechaban para cruzar, unos con calma y otros con una prisa más que evidente, la gran cebra amarilla sobre el asfalto.

Eran las doce con ocho minutos. El anunciador profesional del fin del mundo no pudo evitar lamentarse un poco de que faltaran todavía siete minutos para la arenga de las doce y cuarto y de tener que desaprovechar aquella espontánea estampida de oyentes. Sin embargo el trabajo era el trabajo y el descanso el descanso, así que cerró los ojos y buscando un silencio interno cada vez menos sencillo, esperó.

12 junio 2008

Notas sueltas.

Decido no sacar el coche y camino bajo unas nubes de verano, de esas delgadas y como en jirones, hasta la parada del ruletero a dos cuadras de mi departamento. El calor es la realidad cotidiana, pero hoy está como amortiguado por un viento fresco del norte y aquellas nubes miserables que flotan con desgana sobre mi cabeza.

Hay un equilibrio tranquilo en mi estómago y una claridad distinta en mi cabeza que me hacen pensar que estos días de alimentarme bien han sido una estupenda idea y que eso de imponerle mi ritmo al otro ritmo que la ciudad trata de imponerme a mí no era a fin de cuentas tan difícil. La relación causa-consecuencia va explicándose despacio y con docenas de ejemplos en mi mente mientras sigo caminando. Recuerdo sin que venga mucho a cuento otras docenas: las veces que me he quedado de una pieza en autobuses de la misma ruta que ahora espero en la parada, al descubrir rostros de mujeres anónimas, una cierta mirada, una vaga sonrisa, y he recuperado la fé en el amor a primera vista.

Era más joven y también mucho más ingenuo. Pero también era mucho más complicado ser feliz. La vida, sus vaivenes, sus mordidas y las patadas a traición en callejones oscuros, sólo van llevándolo a uno al descubrimiento de una paz interna basada mucho más en las pequeñas sorpresas que en los grandes sobresaltos.


La lluvia lenta recobra su jerarquía en las nostalgias y va dejando de ser un inconveniente en los traslados para volver a ser la escenografía adecuada de una caminata en inmejorable compañía. Una canción en especial va destacando sobre todas las otras para esa siempre mutante banda sonora que conforma la musicalización de nuestra vida diaria y nuestras ilusiones equidistantes. Una mirada -aquella mirada tan lejana- se vuelve tan grande, tan colosal, como lo han sido todos los primeros besos de la historia.

Y así uno recobra el optimismo y los días dejan de ser un martirio, una inacabable prolongación de la tortura, una repetición monótona de cosas y personas y vuelven, por fin, a ser sólo días. Así es el ciclo. Así es la vida. Ojalá nunca tuviéramos que perderlo de vista.

11 junio 2008

Suben. Bajan.

El 578 pasa temprano y el Perro viene de buen humor, como siempre que trae la vuelta de las doce. A esta hora siempre le tocan las chavitas de la técnica cuatro y las de la prepa norte, y esa certeza sola –la de las faldas de cuadros y las medias blancas hasta la rodilla y el olor a chicle- son boleto suficiente para la sonrisa casi tatuada bajo el bigote negro y chueco del Perro, que mete los cambios con una cadencia que hace pensar que lo que mueve con su mano no es la palanca de velocidades, sino el brazo de una de las muchas putas con las que de seguro el Perro se ha echado una o dos rolas de la Santanera en cualquier salón de baile, la ha apretado contra su propio cuerpo, le ha acercado la bragueta y le ha olisqueado el cuello, pensando quizá en el olor a chicle que a esta hora, en la vuelta de las doce, lo pone sabroso.

Olivas no le dice nada, ni le hace la seña de siempre. Es la parada del centro médico y van a ser las dos de la tarde. De a huevo que es la hora del trajín y de a huevo que el camión viene lleno y fácil van a salir de esa vuelta unos ochenta, a lo mejor cien varos. Pero el Olivas está parado con las manos en la bolsa de la chamarra de mezclilla, la guitarra colgada en la espalda, los ojos apretados. El Perro le pregunta con las cejas y la cabeza que si quiere la vuelta. Anda de buenas y de seguro que las dos rolitas del Olivas lo pondrían de mejores, sobre todo porque al Perro le gusta que cuando van en bola las chavitas de la cuatro y de la norte coreen las canciones cursis y melosas que se avienta el Olivas.

Lástima. Quién sabe qué rollo se traiga el músico, pero tras negar con la mano a la pregunta también silenciosa del chofer, se va caminando y se pierde en la esquina. El Perro lo sigue con el retrovisor mientras le grita a los cholos de la Independiente que no se amontonen en el medio del pasillo porque atrás hay campo. No arranca de nuevo hasta que los pasos del Olivas desaparecen del espejo.

Pasan fácil fácil diez cuadras antes de que el Perro vuelva a pensar en el porqué Olivas no se subió al camión. No creo que se entere antes de que pase una semana. El Perro no lee los periódicos y menos la nota roja. Es muy susceptible a las fotografías, la sangre, las tripas. No hay porqué recriminarlo, el Perro es un buen tipo. A nadie le importa la vida de mierda de un músico callejero y mucho menos si ni siquiera tiene la decencia de morirse en un lugar privado.

10 junio 2008

Y no lo sabes

Lo que me queda

cuando regalas el silencio

cuando se va tu rostro

y la sonrisa

esa sonrisa que no es tuya

-o al menos ya no sólo tuya-

es esta guerra.

Lo que me queda

tras los vestigios de batalla

en que me tornas las noches

sin quererlo

pero siempre consciente

-es esa tu coartada-

son estas ruinas

de reino consumido por el fuego.

Tu defecto es saberte indefectible

¿Sabes?

porque el miedo no nace –como dicen-

de aquello que se pierde

sino de todos los “tal vez” que se escabullen

cuando se acepta un “quizás” antes de tiempo.

Y no es que diga –dios me libre-

que seas menos perfecta.

Lo que digo es más bien que tus defectos

jamás serán más grandes

que la inmensidad que llevas en los ojos

y en la que me sumerges cuando miras

así, tan dulcemente

y me sonríes

así, tan homicida.

Sin embargo

Y a lo que iba todo esto

era a decir –ya ves, uno es soberbio-

lo que me queda

cuando tu rostro desaparece

quizá para siempre.

Pero es que lo que me queda

es esta nada,

este silencio,

esta mi breve nostalgia.

Y, vamos,

tampoco es cosa de aburrirte.

09 junio 2008

Julieta despierta.

La luna es una herida sangrante y blanca en el profundo y negro lienzo de la noche y los gatos pordioseros yacen abúlicos, tirados sin reparos entre latas y restos malolientes, por banquetas polvorientas, callejones de muerte y techos destejados.

En uno de estos callejones, situado sobre la acera de Carrington, está un pequeño apartamento de paredes viejas y roídas, cuya pintura amarillenta muestra rasgos de una humedad corrosiva y ampollas de salitre a todo lo alto de la construcción. La puerta de hierro negro tiene un dintel y seis barras que protegen un grueso cristal resquebrajado, cubierto por dentro con papel de aluminio. A su lado hay una ventana diminuta en la que puede verse la luz filtrada a través de unas cortinas que alguna vez fueron blancas.

Si se pasa la puerta principal se llega a una salita de estar, en la que se halla una mesa de café sobre la que un viejo teléfono de disco acumula capas de un polvo ligero. A su alrededor, dos taburetes forrados de cuero y un sillón para dos personas. En la pared frente a la puerta, una pintura al óleo que representa un mar embravecido de los peores abriles del pacífico. A la derecha, un vacío donde antes hubo un muro, y dentro una estufa y un mueble de dos cajones. Luego sigue el vano de un pasillo que termina en muro, y a lo largo, tres puertas. En la primera un baño sencillo, con sanitario, lavabo y una regadera separada de éstos por un cortinaje de plástico. En las paredes del baño, varias losas de mosaico lucen rotas y en la parte baja del lavabo se aprecia en la tubería el verdín del moho. La siguiente puerta da a un cuarto aún más pequeño, que había estado destinado como alacena en los mejores tiempos de la casa, y que ahora se encuentra lleno hasta el tope de periódicos amarillentos, de papel quebradizo, como viejos manuscritos de los sabios alquimistas, y en cuyos encabezados podía verse desde una fundación ferrocarrilera del siglo diecinueve hasta un golpe de estado de cualquier república de primates.

La última puerta, única en todo el apartamento que no está carcomida por tiempo, roedores y humedad, es de madera blanca, y su aspecto destaca a grandes gritos por su anacronía con el resto de la construcción. Franquearla vale encontrarse con una habitación amplia, en cuyo techo dos grandes tragaluces permiten la entrada de la lluvia de plata de la luna. En las paredes, infinidad de recortes de diarios se arremolinan unos sobre los otros; unos pegados con cinta adhesiva, otros clavados con tachuelas; aquellos pegados en mala forma con goma de mascar; éstos otros simplemente sostenidos entre papeles pegados meses antes. Cada muro, de los cuatro de la habitación, aparece ante los ojos que los miran como una gigantesca página del periódico de ayer, de hoy, de hace cien años. Los cuadros que alguna vez estuvieron colgados a un clavo en esos muros viejos, ahora yacen inclinados en el piso, recargados contra el muro que fue su hogar, tristes, cabizbajos. Una cama de sábanas grises, pequeña, de apariencia rústica, alberga un cuerpo dormido.

El bulto, esbelto, grácil, oscila al ritmo de su respiración, inhalando grandes alientos y sueños, exhalando dudas inquietas, profundos temores ocultos. Sobre la almohada se derraman largos cabellos negros, como chorros de tinta que el tiempo ha detenido en su camino al suelo.
Es alta madrugada, y los gatos de afuera se ponen inquietos. En la mente de la ocupante de la cama, desfilan imágenes grotescas, fotografías exactas de traumas que la psicología aún no se encarga de explicar, rostros ajenos, desfigurados por el miedo. Por fin, la largamente amenazante lluvia se decide a caer, a gotas bobas, sobre los tragaluces del techo, y entonces, simultánea con un trueno, un grito y un agudo maullido, Julieta despierta.


-Negra es la noche, grave el trueno, agudo el maullido del callejón y terrible el grito que escucho. Mi sueño ha sido el miedo y ahora tiembla mi piel, mi piel todavía dormida ¿Quién soy ahora? ¿Quién si no el cuerpo que duerme? Soy la noche, el grito o el maullido, tal vez, o quizá soy el trueno ¿Qué hago despierta en alta madrugada?

Cuando termina de decirlo, Julieta se da cuenta que está frente al espejo, y que mientras hablaba se puso de pie, dio tres pasos suaves, felinos y se detuvo frente a la superficie aluminada en la que su cuerpo, enfundado en ropas blancas, se refleja.


-¿Qué estoy diciendo?- Se pregunta en voz alta, confundida por las palabras que, segundos antes, han salido de su boca, pronunciadas por su voz.


-¿Qué estoy diciendo?- Dice sin voz la Julieta del espejo, al mismo tiempo que ella, pero su rostro no tan confundido.

Luego regresa a la cama y se sienta de lado en el colchón duro, en la parte que su cuerpo ha dejado tibia. Estira la mano hacia el buró y toma un vaso de cristal en el que hay una flor larga, amarilla y de pétalos largos. Con la otra mano, entre el índice y el cordial, toma la flor por el tallo y la saca del vaso. Poniendo la flor en la cama, del lado donde nadie ha dormido, se bebe el agua.
La lluvia comienza a gotear dentro de la habitación, en gotas pesadas que se aglomeran a lo largo del hierro del tragaluz, saturándolo de agua, que poco a poco gana terreno, hasta sobresalir por los bordes, donde los empaques y el cristal no se unen tan fuerte. La primera gota suicida viaja interminables metros, gritando con fruición por el perdón de sus pecados y va a estrellarse en la frente perlada de Julieta, que casi muere del susto al sentir el helado proyectil reventándose en su piel. Una segunda gota se pierde en la nada de las sábanas grises y una tercera cae sobre un recorte que habla de la muerte de un poeta.

Julieta vuelve a ponerse de pie y enciende la lámpara de aceite con el último cerillo de la caja. La burbuja rota de cristal de la lámpara exhala un humo blanquecino y luego comienza a chorrear una luz amarillenta sobre todas las cosas que se le acercan. Julieta la coloca en el centro del cuarto, temiendo un incendio con tanto papel alrededor. Se sienta frente a la lámpara y junta las manos sobre la débil llamita que danza a sus compases. Se frota las manos una contra otra, como en un invierno lejano, y se las lleva luego a las mejillas, que se sienten frías y suaves. Luego toma un lápiz del buró y arranca un pedazo de diario de la pared más cercana, exactamente sobre la cabecera de la cama. Coloca el papel al revés sobre la lámpara y lee a contraluz, con las letras invertidas: Diez mil muertos en Bagdad. Con el lápiz escribe sobre las letras de un aviso de ocasión: ¿Quién soy ahora?

Vuelve a ponerse en pie y recoge del muro otro recorte de periódico al que también escribe ¿Quién soy ahora? Sigue arrancando recortes de los muros, como quien arranca pétalos de una flor y escribiendo las mismas tres palabras, hasta que la punta del lápiz está tan gastada que no logra de ella más que un rechinido y un escalofrío al deslizarla sobre el papel. Camina hasta la cocina, llevando en la mano la lámpara de aceite. Mientras camina, contempla las sombras danzando al ritmo de la llama frenética, escucha a lo lejos los silbidos del viento y los relámpagos estentóreos de la tormenta. En la cocina, abre el primer cajón y busca el cuchillo largo y plateado. Encontrada la presa, regresa al cuarto.

-¿Cuándo me volví loca?- Pregunta para nadie cuando vuelve a sentarse, recargando la espalda en el colchón.

-Yo no estoy loca- Dice en su mutismo la Julieta del espejo, y empieza con el cuchillo a sacar punta al lápiz.

Cuando ambas terminan, Julieta va al muro de la puerta y arranca otro recorte. Comienza a escribir en él: Veintiséis de Julio de 1819. México. Los traicionaron, los mataron por la espalda, les dieron un kilo de plomo cuando les habían prometido toneladas de maíz. Los volvieron a matar después de haberlos matado de hambre, de desesperanza.

El papel se queda sin espacio y recoge otro de la fuente inagotable del muro, que parece retoñar papeles cada vez que lo desfolian. Julieta escribe de espaldas a la lámpara, sin ver el trazo de la letra: Dieciocho de Diciembre de 1941. Alemania. Están todos muertos, no tuvieron piedad. Los mataron como a animales por llevar una estrella en el hombro y un brillo en la mirada. Los asesinos tienen la gloria.

Vuelve a quedarse sin papel. Mira los tragaluces: La noche está al terminar, la lluvia se ha detenido. El aceite de la lámpara comienza, también, a agotarse. Toma el lápiz y cierra los ojos. En su mente desfilan imágenes de todos los que han muerto y escucha tantas y tantas voces implorando por misericordia. Se encuentra con miradas de ancianos de Etiopía, muertos por balas que querían sus tierras, con mujeres de Polonia, muertas por fuego que deseaba borrarlas de la tierra, de niños de México, muertos por machetes que querían dejarlos sin voz, y todas la miran, preguntándole ¿Quién eres ahora?

Recuerda la última vez que se miró las manos antes de despertar de la pesadilla y recuerda haberlas visto llenas de una sangre pegajosa y negruzca, y recuerda sus mismos dedos sangrantes golpeando las teclas de la máquina de escribir, poniendo palabras eufemísticas que justificaran las balas, el fuego, los machetes, recuerda justificar las risas y el cinismo de quienes disparaban las balas, encendían el fuego, empuñaban los machetes. Recuerda ser uno de ellos. Recuerda que su alma no tiene paz porque no ha hecho nunca nada para vivir, ni ha hecho nunca nada para morir. Recuerda los cincuenta dólares al día que le pagan por no hacer nada al respecto. Mira el espejo y se encuentra a la Julieta del espejo, que dice sin voz: ¿Quién eres ahora? Y entonces se da cuenta de quién es, y se da cuenta también de que ella, a diferencia de la Julieta del espejo, no lleva el cuchillo en la mano. Pero es demasiado tarde, porque el filo ya le está destrozando el corazón, y el dolor es tan fuerte, tan cegadoramente insoportable, que en medio de un trueno, un grito y un agudo maullido, Julieta despierta.

08 junio 2008

Sundae

La semana que termina hoy deja noticias tan disímiles como todas las semanas (después de todo, ¿no están las cosas condenadas a ser disímiles?). Las que tuvieron el dudoso honor de mi seguimiento:

El robo de las cenizas de Kurt Cobain.
La razón de mi malsana curiosidad fue, más que nada, por esperar el momento en el que todos los blogueros y mini medios comunicativos dijeran que era todo una broma para que la gente se acordara que había existido Nirvana y que nadie se ha encargado aún de liquidar a Courtney Love, pero que ni al caso, que las cenizas no habían sido robadas sino comidas por el gato panzón y huevón de la ex-vocalista (¿boca lista?) de Hole.

El resultado del proceso demócrata rumbo a la presidencia gabacha.
La cual seguí porque mi enorme lista de prejuicios hacia la mentalidad del norteamericano promedio me hacía imposible creer que un mulato estuviera aspirando con seriedad a ser candidato presidencial (y eventualmente ganador, secreto a voces). Acepto que sonreí e incluso hice algún aspaviento cuando por fin se dijo que ya era un hecho la candidatura de Barack Obama. Y no por lo que significa para el futuro político de los estados unidos y con ello de méxico, sino por lo que podría representar para al futuro social. Optimista que es uno.

El inicio de la Copa Europea de Naciones.
Ah, el éxtasis infinito de una competencia deportiva entre países cuya superioridad total en la disciplina es universalmente reconocida (si, ya sé que Brasil no está en Europa, pero bueno, proporciones, muchachos, proporciones) debería ser bastante para no tener que justificar el que esta noticia regocije a todos aquellos que tenemos el cromosoma Y al final de nuestra cadena genómica. Claro, conozco ya una decena de casos de femmes que también están felices, pero sus motivos son mucho menos honestos.

El acuerdo de la ONU para el cambio radical en la política para la producción alimentaria.
Lo sé, mis prioridades están mal. Como saben, en días pasados la comisión pertinente de la unión de naciones advirtió que es necesario duplicar la producción actual de alimentos en los próximos cincuenta años. El asunto es que el planeta tiene la capacidad de hacerlo, con la inversión y la estrategia adecuadas. El problema, como siempre, se llama Estados Unidos (¿cómo quieren que los quiera?) y su política mercantilista que los hizo, de inicio, rechazar de plano las propuestas y seguir empecinándose en la destinación de las zonas fértiles y de las cosechas para la producción de combustibles orgánicos. Apenas hace 24 horas que por fin dieron a torcer su bracito y reconocieron que quizá, sólo quizá, los frijoles sean más necesarios que el etanol.

No, señores, no hubo terremoto en Tokio, Tsunami en Tailandia, Demolición no programada en Nueva York. Esta semana las noticias tienen, quién sabe por qué misterioso designio de ese misterioso niño que es dios, un toque de buen humor y de optimismo. Salud.

07 junio 2008

Buenas noticias para los que aman las malas noticias.

Estoy escribiendo una nueva novela.
Estoy escribiendo una nueva novela y es mejor que la anterior.
Estoy escribiendo una nueva novela y es mejor que la anterior y ya tiene editorial que la publicará.
Estoy escribiendo una nueva novela y es mejor que la anterior y ya tiene editorial que la publicará y me van a dar dinero por ello.
Estoy escribiendo una nueva novela y es mejor que la anterior y ya tiene editorial que la publicará y me van a dar dinero por ello y voy a mudarme a cualquier lugar donde los recuerdos no huelan a muerte, tristeza y podredumbre.

Estoy escribiendo una nueva novela. Lo siento, señor terapeuta, no volveré en un buen tiempo.

Que sus hijos encuentren otra manera de pagarse la universidad.

Godspeed.

No soy ciego.
Soy indiferente.
No soy feo.
Soy interesante.
No soy odioso.
Soy fácil de aburrir.
No soy tú.
Soy todo lo contrario.

Lo sé, Dios es un niño cruel. Y tú una hormiga sin suerte.

See you in hell.

06 junio 2008

La música se volvió loca.

Checando mis recientes descargas musicales me he dado cuenta que ninguna de las últimas 50 canciones es de manufactura posterior al año 2000.

Verbigracia:
Illya Kuryaki & the Valderramas- Jennifer del estero.
Los Tetas- Cha cha cha.
The Cardigans- Carnival.
Garbage- When i grow up.

Y un largo etcétera que incluye a Semisonic, Eagle Eye Cherry, Caifanes, Tacvbos, Botellos e incluso a un tal Jimmy Ray (¿a que no se acuerdan de Jimmy Ray?)

La música, si no la dejo reposar un rato en mis nostalgias, ha dejado de ser para mí.

05 junio 2008

Palimpsesto.

Tenía trece años la primera vez que escuché esa palabra. Tenía quince la primera vez que la leí. Tenía dieciséis la primera vez que fui lo bastante inteligente como para buscarla en mi pequeño larousse ilustrado y me enteré que un palimpsesto es un documento (generalmente pergamino) en el que se puede leer un texto sobre escrito en otro texto más viejo, probablemente codificado o simplemente en una precursión de lo que hoy conocemos como "reutilización de copia mal sacada".

Como sea, lo verdaderamente nuclear de la idea no es el significado de la palabra palimpsesto (un significado que, acepto, es aburriiido), sino la simple fascinación audiovisual que el lirismo de la palabra me causó desde la primera vez y que fue apenas el comienzo de una extraña pero maravillosa fascinación por las palabras en desuso o de uso muy limitado.

En uno de los mejores libros de la historia, encontré esta frase, cuando apenas era un mozuelo: "...quién iba a saber qué pendejo menjunje de jarapellinosos genios jerosolimitanos" y el tamaño de mi asombro sólo fue comparable al tamaño del monstruo literario que acuñó tanto ese enunciado como otros miles que me llevó tres años terminar de leer antes de atreverme a decir que conocía su obra.

Fue justamente en un libro suyo (el mejor, el Otoño del Patriarca) que volví a encontrar la palabra palimpsesto y a recordar aquella vieja fascinación que incluía también paralelogramo, Astromelia, heliótropos, necromancia y muchas otras pequeñas maravillas.

Es curioso que haya empezado a pensar esto a raíz de una pausa para pensar en todas esas pequeñas posibilidades que uno piensa cuando sale con alguien un par de veces, o ni siquiera sale, simplemente se empieza a compenetrar más de lo aconsejable con la psique y las diminutas disfunciones de esa mujer que de pronto es más grande de lo que era, y más importante y quizá, colmo de los colmos, hasta significativa.

Y uno siente de pronto que su sistema emocional (todo eso de decir "corazón" se me hace tan llevado y traído y exprimido hasta la saciedad que de plano no puedo, y ni siquiera es por buen gusto, sino pura y simple higiene oral, ¿sabes?) ... decía... (alguien debería prohibir los paréntesis excesivamente largos) que uno de repente voltea y ve su sistema emocional como un palimpsesto en el que ya hay demasiadas cosas escritas y en el que las nuevas anotaciones quedan casi extraviadas, borroneadas, difusas y, en resumen, salen sobrando.

Luego uno piensa en que quizá no sea tan trágica la idea de arrancárselo y aventarlo en la chimenea más cercana, para que se queme y arda en una escena muy típica de aquellos episodios de "Afraid of the dark".

¿Y esa mujer? ¿Y las mujeres que podrían llegar después? ¿Y aquella que quizá sea la indicada para envejecer y hacer por fin ese interminable viaje por las costas del continente antiguo? ¿No tienen ellas también derecho a su grande y blanco pedazo de papel?

Por supuesto que lo merecen, pero a este que escribe no le queda más que este triste bloque de post its amarillos.

04 junio 2008

Ohh Bama (léase con la melodía de Oh, Dana, de Ritchie Valens)

Este tipo, en 24
Este señor, en Deep Impact

Y ahora, por fin, en la vida real, el sueño más húmedo de Jesse Jackson, el clímax de Martin Luther King Jr. y la materialización de la fantasía más lúbrica de Spike Lee.

La nota completa en Democracy Now.

Barack Obama, por quien la verdad hace unos meses nadie daba un penny, mostró que Bill Clinton no es el único hombre que puede burlarse de Hillary Clinton (ah si, este blog ya permite comentarios políticamente incorrectos) y se llevó las precontiendas electorales por el partido demócrata, quedando ya de frente, solito y con la nariz afroamericana olisqueando las alfombras de la sala oval de la casa blanca (¿la irán a pintar? estaría chingón un Pimp My Crib).

A mi, por supuesto, me importa dos berenjenas si el próximo presidente de los E.U.A. es negro. Es más, de hecho qué machín si gana Obama, y no porque me guste como candidato, ni porque confíe en sus capacidades, visión, programa. No. Que gane, única y exclusivamente para poder ir a Tenessee, Missouri, Nueva Orleans y demás estados que hubieran dado lo que sea porque la esclavitud siguiera siendo una costumbre legaloide y verle la cara a los ancianos anquilosados que conservan los galones y uniformes de sus padres y abuelos en naftalina y ven las grandes pinturas de los plantíos de algodón cosechados con sudor y sangre y bastardos café con leche, pensando "ah, those where the times".

Dicen por ahí que McCain es casi casi un Reagan remasterizado, o un Bush con poco menos dinero. Las dos cosas me repelen. Además, si Obama decide arreglar sus problemas al estilo west side, sería chingón ver llegar a un chingo de soldados a Irak en descapotables Lo Rider pintados de colores estrambóticos y armados con bates, cadenas y pistolas custom, dejando claro quién es el dude of the hood.


¿Mi propuesta para la Secretaría de la Defensa? ¡Obviamente!

Ego te absolvo

Para regocijo del comercio ambulante y de la voluminosa comunidad de mercachifles de la zona de la catedral y áreas aledañas, en días pasados Hermosillo se sacudió con la avalancha de insólitas presencias que ya definitivamente se llama Fiestas del Pitic, y que, pensadas originalmente como una celebración del centenario de la consolidación del municipio capital del estado, se han erigido como una importante comunión de la cultura, el arte, la música, la gastronomía y la fiesta popular a nivel no sólo de la ciudad, ni del estado, sino de todo el noroeste de la república (e incluso tuve la oportunidad de conversar con personas de Canadá, Estados Unidos y España que me dijeron haber hecho el viaje ex profeso para acudir a las galas).

Por motivos que ya expuse en la bitácora, estuve ausente de la urbe los días jueves y viernes, que fueron los primeros dos días de eventos, y de los que, según dicen los asistentes, los mejores espectáculos fueron Mono Blanco y Paco Rentería (Forever Tango se quedó corto, dicen). Sin embargo, el sábado y el domingo obviamente me fui desde temprano al maremágnum de gente en que estaban convertidas las plazas de la zona y las calles que las circundan y se me hizo muy grato ver que el nivel de asistencia subió bastante a comparación del último año.

El sábado estuvimos en la presentación de Óscar Chávez, que enfiestó muy a gusto a fácil cuatro generaciones de hermosillenses; de ahí nos fuimos a la presentación de Lila Downs, que, dicho sea con todo respeto, desde que salió y soltó el torrente de voz y los big joules de energía que traía pa' regalar, hizo que ni ganas me dieran de ir a ver a Kinky, que se presentaba a la misma hora en otro escenario.

El domingo abrimos la fiesta con la presentación de Javier Bátiz, rockeando con afro desde hace 40 años, y de ahi siguió Sista Monica, con un gospel sabroso y cachondo que puso a cantar a todas las mujeres y a aplaudir a todos los hombres. En el otro escenario la Sonora Margarita ponía a bailar al público con canciones viejísimas que la radio ha vuelto a poner de moda (eso y Claudio Yarto) y eso luchando contra el peor ingeniero de sonido que pudieron encontrar para cuidarles la consola.

La comida estuvo muy buena, en especial los tamales de mole de Oaxaca (llévelos de puerco, pollo y queso, mire llévelos), las empanadas argentinas de carnes frías y unos muy buenos y patrióticos tacos de adobada. La gente se la pasó poca madre, no hubo pleitos ni bajas civiles qué lamentar y la derrama económica debió ser buena, porque para llegar hasta el dependiente de cualquiera de los puestos sí te aventabas fácil unos diez o quince minutos.

Pero lo más efectivo de todo fue caminar por el andador Velasco y Comonfort y encontrarme con los ganadores de la bienal de Artes Plásticas y en especial con Vasos Vacíos, de Esteban Lechuga, cuadro que, además de ser una belleza, es la portada de mi muy llevada y traída novela Dos Píldoras Azules. Por supuesto, yo no traía cámara, así que tuvo que brincar un celular salvador para conseguir mi única foto de las Fiestas del Pitic donde usted no verá:

1.-Fiesta.
2.-Pitic.

Pero verá, en cambio, cuán grande tiene el ego un escritor, no importando que su palmarés se resuma a una raquítica novela.

Total, si se perdieron las fiestas del pitic 2008, ver las fotos sólo los pondría más tristes.

03 junio 2008

Pues si.

Hoy hace calor. El verano se había tardado, cabe decirlo, pues hasta el fin de semana pasado, no habíamos más que arañado los 40 grados y no fue sino hasta el viernes por la mañana que nos trepamos al 42 y ahora andamos viviendo entre días de 45 y otros de 46, con bajadas del mercurio en las noches hasta por ahí de los 38 grados.

¿Suena bien, no?

Sí, lo sé. No.

Pero bueno, considerando que apenas es el tercer día de junio y sabiendo de antemano que lo verdaderamente grave vendrá en un mes o quizá mes y medio, uno ya puede ir embarrándose de mantequilla antes de salir a la calle, para dorarse parejito y quedar más apetitoso. No me queda duda de que le vamos a pegar a los 54 o 55 grados en agosto.

Ayer, platicando con Gabo, me comentaba que en Guadalajara (amo Guadalajara) andan en 34 grados promedio. El año pasado recuerdo que andaban en 32, por los días que yo fui, entre mayo y junio, oscilaban entre 29, 30 y hasta 31 grados. Un calorón, decían los amigos tapatíos. El maldito cielo, decía este servidor que creció en Sonora, entre chamizos calcinados, tierra muchas veces cernida por el sol y paisajes amarillentos bordeando las carreteras. Allá los paisajes eran de un naranja promisorio, el cielo generalmente límpido, ocasionalmente lleno de óleos grises que a eso de las seis de la tarde enjugaban sus veinte minutos de lluvia para lavar esa vida un tanto caótica de las ciudades grandes. Me tocó un julio lluvioso con tempraturas entre los 14 y los 18 grados, días completos de vestirme invernal para ir a la facultad y obviamente ser burlado por mis amigos, que andaban, cuando mucho, en mangas de camisa.

Uno siempre habla del clima cuando no tiene nada de qué hablar. Desconozco las motivaciones, pero es un hecho. Eso y empezar las pláticas forzadas con un "pues si".

01 junio 2008

La cosa es seria.

Porque usted piensa que el enfermo agoniza y quiere asfixiarlo con esa almohada, sin darse cuenta que la almohada en realidad no existe, que usted no puede rematar al moribundo. Usted no se da cuenta ni siquiera de lo más claro: Que ese que usted odia está, desde hace tiempo, muerto.