26 septiembre 2008

Hablemos de sexo.

Yo crecí -es un decir- en la creencia de que había esencialmente dos formas de vivir la sexualidad: La primera, el sexo rutinario y eventualmente aburrido con tu pareja de siempre; la segunda, el sexo siempre nuevo, riesgoso, emocionante y eventualmente aburrido con un montón de parejas distintas.

Yo crecí -es un decir- equivocado y víctima de la mala suerte de estar rodeado de vecinos un par de años mayores que yo y con acceso demasiado fácil al porno y al machismo existencial. Cuando tus dos mejores fuentes de información cosifican a la mujer, uno está prácticamente condenado a una vida de malas relaciones íntimas.

Yo crecí -y, de nuevo, es un decir- con dos hermanas, una madre y un padre maravillosos, pero totalmente despreocupados de mi educación sexual. Mi madre intentó hablarme de sexo a los 19 años, cuando yo ya... Yo ya. Además intentó hablarme de la forma más moralista, rígida y atemorizante que uno puede utilizar para hablarle a alguien y de la que sólo recuerdo las palabras Embarazo, Sida, Homosexual y Cuidadito. Con esos truenos, las ganas de intercambiar ideas que pude haber tenido se disiparon para siempre y decidí seguir haciéndome el ingenuo.

Durante la adolescencia, mi hermana mayor pensó que era una buena idea catequizarme sin dirigirme la palabra directamente, y me dio a comer ese ladrillo de moralina llamado Juventud en éxtasis (¡todos lo leyeron, no se hagan pendejos!) del opusdeísta Carlos Cuauhtémoc Sánchez, una obra pensada estrictamente para defender la más antigüa postura católica respecto al sexo fuera del matrimonio (y que podría resumirse a una palabra: NO) en el contexto de la vida de un joven desenfrenado y vividote que se contagia de una de esas cosas que hacen que se te caiga el pito y luego encuentra un gurú puritano y el amor verdadero y de manita sudada.

Habiendo llegado a este punto sin más información que un altero de películas cochinas y revistas igualmente puercas que la vida me puso en las manos siendo un mocoso sin criterio, el tocar el otro extremo, la castidad como meta deseable, me pareció un tanto vomitivo. Sin embargo, sirvió para darme la idea providencial de buscar el punto medio entre una cosa y la otra. Es decir, yo no creía en eso de llevarle una pizza a la vecina y terminar follándomela sobre la mesa del comedor tras un par de frases, pero tampoco me cabía en la cabeza que algo tan apetecible como el sexo tuviera consecuencias tan funestas como la pérdida de apéndices necesarios para la micción.

Y fue por este camino por el que llegué al lejano Oriente.

Resulta que la buena gente de China y la India tiene una doctrina milenaria respecto del sexo. A mí me llegó, como me han llegado muchas cosas en la vida, en forma de un libro pequeño cortesía de mi suscripción a la gallega revista de divulgación científica llamada Año Cero. El mini libro se llamaba Tao del sexo, era rojo y mínimo y en su interior había página tras página de una forma maravillosa de entender la sexualidad y la relación entre hombre y mujer en el momento de comunicación más profunda posible, que es obviamente desnudos y sudorosos. Era tanto un libro como un manual, pues además de la teoría de la serpiente Kundalini, el dogma de los chakras, las técnicas reiki y otras tantas filosofadas de aquellos lares, había técnicas de respiración, contracción muscular, enfoque mental y otras muchas pequeñas maravillas destinadas a convertirlo a uno en un amante prodigioso.

Curiosamente, en la doctrina oriental, el placer de uno se basa en el placer del otro, y siempre y sobre todo en el flujo de la energía de uno de los cuerpos al del contrincante amatorio en cuestión. Pór tanto, aunque el sexo casual está "autorizado" e incluso "recomendado", se le prodiga al sexo con amor un trato especial de manjar deseable e insustituible a cuya luz puede alcanzarse el verdadero umbral de la iluminación. Se antoja, ¿no?

Lamentablemente, a muy pocos, y sobre todo a los que desfilamos del lado masculino del género humano, les importa evolucionar sexualmente. Según la encuesta durex, los mexicanos ocupamos el segundo lugar en satisfacción sexual con un honroso 63%. No sé si ya lo hayan ustedes notado, pero los mexicanos somos bien mentirosos. O si no, yo conozco a pura gente que pertenece al otro 37%. Y es que cada vez que me meto por ls difíciles terrenos de platicar de sexualidad con grupos de amigos, surge la insatisfacción, sobre todo del lado de ellas, contra "el rapidito", "el soso", "el puerco", entre muchos otros temas.

Según mis entendederas, una buena sesión de sexo puede durar alrededor de una hora. Sin embargo, la media nacional es de 22 minutos. Obviamente esos 22 minutos no incluyen el juego previo, el cual puede ser de un segundo o de dos horas, pero según me dicen las féminas que han tenido los cojones de sacarlo de su ronco pecho, no son muchos los varones preocupados por darles esa mínima ventaja a ellas y acercarlas así un poco a la meta deseable. 22 minutos de coito, es tanto como decir 2 minutos menos que un episodio de los Simpson. El tiempo necesario para hacer unos espaguetis, planchar una camisa o leer las páginas centrales del periódico. No sé a ustedes, pero a mí me parece no sólo minúsculo, sino hasta ridículo.

Se me ocurre una idea. A partir de esta publicación iré sacando notas esporádicas del libro del que les hablo más arriba. Juventud en éxtasis.

Por supuesto que es broma, las notas serán extractos del Tao del sexo, y espero que les sirvan. Los artículos serán comentados con chispeantes anécdotas cortesía de su servidor y gente cercana. Todos los nombres serán cambiados para evitar la carrilla. Señoras y señores, salud.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

A mí me pasó algo similar, sólo que yo di con un manualito sobre sexo que venía de regalo en la revista MUY INTERESANTE, y pues dio más o menos resultado. Lo bueno del sexo es que uno no deja de apreder y de experimentar ;)
Todos de cajón leímos ese libro en secundaria xD
Salud ;D

Jorge Rodriguez dijo...

Interesante comentario, y concido con el comentario anterior, ese puto libro nos lo hicieron tragarnoslo nuestros padre durante nuesta adolescencia, afortunadamente, jamas le preste atencion.

Char dijo...

El bendito libro ese y el mugriento autor ese... Deberían estar prohibidos sus libros y lo peor es que sigue escribiendo, a mi hermana le dieron uno de esos en la escuela, pero ahora es de "superación personal" para niños de 12 años... ¿A dónde vamos a ir a parar?