11 septiembre 2008

It's just business.

El hombre de la barba negra puso la última tentación sobre la mesa. Vestía de Armani, el muy hijo de puta, un traje negro con un corte que le caía de maravilla a los hombros ligeramente más amplios que el cuerpo espigado y de piernas largas. El nudo de la corbata era windsor y el cuello de la camisa, inglés. La pluma, por supuesto, mont-blanc. El otro hombre, con los puños encontrados bajo el mentón, lo miraba y sonreía entre infantil y despectivamente. Su barba era de un gris blanquecino y hubiera parecido mucho mayor que el primer hombre, si no hubiera sido porque en los ojos de un azul clarísimo retintileaba un brillo de infancia apenas contenida y en los del otro -color obsidiana- se veía un cansancio ancestral. Vestía de Hugo Boss, el traje gris claro con una camisa rosa de puño y cuello blancos y una corbata perla y al lado de su codo izquierdo había un bowl con humeantes bollos de canela.

-Se llama Andrés- Dijo el primer hombre, mostrando la gran fotografía en blanco y negro donde el apenas llamado Andrés caminaba por una banqueta cualquiera, las manos metidas en los bolsillos del abrigo.

-¿Tu oferta?

-Un mentiroso, un infiel y un ladrón.

El hombre del traje gris lo miró detenidamente y la sonrisa fue desvaneciendo de sus labios. Sin la sonrisa, su barba pulcramente recortada formaba casi un tridente del mentón a las comisuras de los labios.

-Es una oferta generosa, ¿no?

El primer hombre encogió de hombros y entrecerró un poco los ojos, casi con coquetería. Su sonrisa era de un carisma avasallador.

-El hombre está enamorado- dijo.

-Entonces no tenemos que discutir más. Si el hombre está enamorado, es mío- Y el hombre del traje gris cerró su legajo de papeles e hizo un ademán de despedirse, pero antes tomó uno de los bollos de canela y lo remojó un poco en el café.

El primer hombre sonrió con una melancolía mucho mayor a la de sus ojos, se atuzó el bigote negro y encendió el tabaco de la fina pipa de cerezo con un chasquido de los dedos.

-Ay, señor- le dijo- Tantos siglos viendo a estos imbéciles y no has entendido de lo que es capaz el alma de un hombre enamorado. Hagamos negocios. Te estoy ofreciendo un infiel, un ladrón y un mentiroso.

El segundo hombre dio el mordisco al bollo de canela -que estaba particularmente dulce y suave y que sabía particularmente bien mezclado con el amargor del café- y se rascó un poco el área de la barba que cubría su mejilla. "Dios nunca se equivoca- pensaba- Pero por otro lado, el hombre está enamorado".

Y Dios dudó.

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