Mi recuerdo más lejano hacia el pasado es el de los pétalos morados de las bugambilias flotando en el agua muy helada y muy limpia de aquella pileta, mientras mi frágil cuerpo de niño se ahogaba en el fondo. Debo haber tenido cuatro años, pues mi madre jura que no pasé más de uno en el jardín de niños y toda la familia sabe bien que a los cinco ya era alumno regular de primer grado.
La primera de mis muertes tentativas ocurrió a los cuatro años. No morí. No recuerdo quién me sacó de la pileta. Tampoco quién me arrojó. No recuerdo que no morí, pero recuerdo los pétalos muy morados, flotando en una calma de pequeñas embarcaciones a la deriva sobre las ondulaciones del gran estanco que apenas se conmovía un poco de mis desesperados intentos de nadar.
Sé que no morí, porque no muchos años después, a los doce, morí de verdad. Es decir, cumplí con todos los requisitos de la muerte: paro cardiaco, silencio pulmonar, ausencia de pulso, una muerte llana. Doce segundos de la más absoluta de las muertes. Luego me jalaron de regreso, si es que fui a algún lado.
Cuando tenía catorce años una mística me aseguró que yo moriría a los ochenta, durante el sueño, y me robó así por muchos años la emoción indescriptible de arriesgar la vida en tantas maneras como hasta hoy lo sigo haciendo. Aquella seguridad de que mi muerte no esperaba al doblar ninguna esquina, sino que dormía con la alarma programada para el año 2062 (el día nunca lo supe), me aburría. Por supuesto era una certeza estúpida, cimentada en los dudosos poderes adivinatorios de una gitana sin ningún prestigio, pero a los catorce años cualquier certeza es suficiente a la hora de los golpes de timón y tras una infancia pueril y excesivamente protegida, yo estaba listo para creerle a quien fuera que me diera permiso para ser idiota.
En fin, no sé por qué hoy amanecí pensando en la muerte y sentí necesario correr a decirlo, aunque fuera sólo para conjurarla y mantenerla en ese plácido sueño en el que seguiré programado para morir a los ochenta años, viejo, en paz y feliz, durante el sueño.
5 comentarios:
Ahh quedaré vuida a los 75??? Ahh ya me quitaste la emoción a mi tmabién...
Que extraño que la forma en que describas la muerte es la forma en como yo describo el dormir, como tengo la costumbre de no recordar lo que sueño para mi dormir es un black out así como describes la muerte un silencio inmenso y reparador, me parece extraño que hasta ahora no lo relacionara con la muerte, tal vez porque alguien que pretende vivir hasta los 100 años no considera la muerte como algo remotamente cercano.
Mademoiselle Vizzuet: Yo sueño muchísimo todas las noches y además tengo una facilidad grande para controlar lo que sucede en mis sueños y como me comporto en su contexto, así que siento algo como lo suyo, pero al revés, jamás podría comparar al sueño con la muerte.
Y pues anhelar hasta los cien, no, soy un convencido de que moriré joven.
Valgameeeee!! Qué tan joven??? Digo para hacerme a la idea... compra un buen seguro de vida, vale?
A mí no me gustaría vivir 80 años, pero tampoco me gustaría morir pronto.
Eso que dices (la igualada jaja) de controlar los sueños, lo he escuchado decir por varias personas, a mí no me sucede igual, pero, sería divertido poder hacer eso, sobretodo para esas noches solitarias jajaja.
Saludos ;)
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