11 junio 2008

Suben. Bajan.

El 578 pasa temprano y el Perro viene de buen humor, como siempre que trae la vuelta de las doce. A esta hora siempre le tocan las chavitas de la técnica cuatro y las de la prepa norte, y esa certeza sola –la de las faldas de cuadros y las medias blancas hasta la rodilla y el olor a chicle- son boleto suficiente para la sonrisa casi tatuada bajo el bigote negro y chueco del Perro, que mete los cambios con una cadencia que hace pensar que lo que mueve con su mano no es la palanca de velocidades, sino el brazo de una de las muchas putas con las que de seguro el Perro se ha echado una o dos rolas de la Santanera en cualquier salón de baile, la ha apretado contra su propio cuerpo, le ha acercado la bragueta y le ha olisqueado el cuello, pensando quizá en el olor a chicle que a esta hora, en la vuelta de las doce, lo pone sabroso.

Olivas no le dice nada, ni le hace la seña de siempre. Es la parada del centro médico y van a ser las dos de la tarde. De a huevo que es la hora del trajín y de a huevo que el camión viene lleno y fácil van a salir de esa vuelta unos ochenta, a lo mejor cien varos. Pero el Olivas está parado con las manos en la bolsa de la chamarra de mezclilla, la guitarra colgada en la espalda, los ojos apretados. El Perro le pregunta con las cejas y la cabeza que si quiere la vuelta. Anda de buenas y de seguro que las dos rolitas del Olivas lo pondrían de mejores, sobre todo porque al Perro le gusta que cuando van en bola las chavitas de la cuatro y de la norte coreen las canciones cursis y melosas que se avienta el Olivas.

Lástima. Quién sabe qué rollo se traiga el músico, pero tras negar con la mano a la pregunta también silenciosa del chofer, se va caminando y se pierde en la esquina. El Perro lo sigue con el retrovisor mientras le grita a los cholos de la Independiente que no se amontonen en el medio del pasillo porque atrás hay campo. No arranca de nuevo hasta que los pasos del Olivas desaparecen del espejo.

Pasan fácil fácil diez cuadras antes de que el Perro vuelva a pensar en el porqué Olivas no se subió al camión. No creo que se entere antes de que pase una semana. El Perro no lee los periódicos y menos la nota roja. Es muy susceptible a las fotografías, la sangre, las tripas. No hay porqué recriminarlo, el Perro es un buen tipo. A nadie le importa la vida de mierda de un músico callejero y mucho menos si ni siquiera tiene la decencia de morirse en un lugar privado.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hay un músico callejero de aquí de Hermosillo, que siempre anda rondando por la uni, me da entre lástima y ternurita cuando, a veces, anda acompañado de su hija.Pero va, a mí nadie me da dinero cuando hago el ridículo.
Saludos, no había tenido tiempo de darme una vuelta por acá, veo que está muy activo ;D
Bye!

monitor dijo...

Qué gusto tenerla de regreso, entonces. Siendo usted de las habitueés de este tugurio, se le extraña en las ausencias.

Y sí, anda movido el asunto, estamos convocando a la Ley de la atracción y parece que funciona tan bien como la de murphy.

¿Usted sabe que le pasó a un par de músicos muy buenos que rolaban por la ruta 18? De repente desaparecieron. O será que me aburguesé y ahora me voy a todos lados en el carro. Misterio.

Anónimo dijo...

Quizá cambiaron de ruta, jajaja, aunque no sé si serán los mismos músicos que digo yo.También había un señor bien dañadón que cantaba y tocaba horrible pero aún así ponía ambiente con la cumbia jajaja!

Esas leyes nunca fallan!

monitor dijo...

Nunca me tocó el cumbianchero, pero cuando estudiaba en guadalajara había un ancianito ya muy paseado que en lugar de tocar prendía una grabadora y se aventaba unos playbacks de José José que estaban elegaaantes.

La tecnología al servicio de las masas, en fin.