Gracias al omnipotente Batio, todo el teje y maneje del beibichagüer salió inmejorablemente bien, se lograron más de 500 pañales de las 5 etapas en las que la mercadotecnia pañalera ha decidido partirle la infancia sus pequeños consumistas, asistieron casi todos los que esperaba que asistieran y, pese al pequeño incidente de unas sillas y mesas que nunca llegaron, todo resultó en forma óptima.
Brenda, siempre tan chila, se lució regalándole a Angelito uno de esos móviles que hacen las veces de camita y corralito para tener al bebé mientras se tiene que hacer cualquier otra cosa, tiene forma de oruga y tengo entendido que lo hizo traer de Phoenix. Mi jefita, siempre un amor, le trajo desde casa un mameluco bastante buena onda que mercó en Liverpool (mi jefa gusta de malcriar a los bebés) y una caja de 120 pañales que ya ocupa su lugar en la lista de espera para recibir los deshechos de mi bienamado heredero. Tía Elvira (mi jefa adoptiva en mi primer año acá) nos regaló una pañalera muy chida y espaciosa, que ahora es el kit de sobrevivencia para el viaje cada vez más cercano al hospital. El peque se adornó trayendo, además de los pañales, la calca de Baby on Board por a que yo tenía meses chingando y que para esta tarde ya estará brillando bajo el cristal trasero del coche.
El resto de la banda se portó a la altura y plus, mucho pañal, cobijitas, ropa y un sinfín de detalles para irse granjeando el afecto elitista y snob de mi casi presente vástago, y la fiesta salió muy a toda madre: La cena, preparada entre Angie, su cuñada y mi jefita, salió deliciosa, el pastel, surgido de la repostería del costco, cumplió su cometido, las sodas (que eran big cola) hicieron lo suyo y las chelas estuvieron frías y listas en el momento adecuado. La música cojeó un poco, dado el escaso repertorio, pero un buen surtido de Cadillacs, Coldplay y Bunbury salvaron la noche.
Gracias a Loana, Betel y Otto, Zinho, Marcos, Haydé, Helvetiella, Dante, Paty, Román, Carlitos, mis tías, las tías de Angie, gracias muy especiales a Vero y Vicente que prestaron la casa y se pulieron para que todo saliera a la perfección. Yo me la pasé a toda madre, platiqué muy a gusto con la banda, con la familia, me dio mucho gusto que la gente respondiera tan chido y más gusto aún me dio el saber que tanta gente espera a Angelito con unas ganas apenas inferiores a las nuestras.
Ahora sólo queda esperar el grito, el pellizco o la llamada telefónica que avisen que tengo que quemar llanta rumbo al hospital para ser bendecido con su llegada.
Qué pinches nervios, cabrón, qué pinche ansiedad... y yo sin Prozac.
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