15 octubre 2004

Fenech en el café.

A ver: Ana Fenech es buena onda.
Está claro, la morra es una letrosa de veinte años, de apariencia bastante cambiante, se pone unos lentes culturosos y fuma sin parar mientras platica contigo de temas bien diversos.
Hace rato nos encontramos en el Cabral para echarnos un par de cafés y platicar más que nada de su reciente estancia en Inglaterra y las tierras bajas del reino unido. La experiencia que esta morra vivió los cuatro meses que anduvo por allá es algo así como un resumen muy fugaz de lo que yo quisiera hacer con mi vida de seudoescritor sin logros: Un año por Francia, un rato en España, quizá algún otro país, manteniéndome con trabajos eventuales de mesero, cargador, cuentachistes o lo que sea, nomás para pagar un pisito y un baño donde arrojar mis huesos cuando haga falta. En los ratos libres, por supollo, escribir, escribir y escribir hasta que haya señales de que me estoy volviendo bueno.
El café estuvo bueno, bien conversado; la batuta de la charla la llevó ella todo el tiempo, por supuesto -yo no soy de los que llevan el hilo de las conversaciones- y ésta giraba muy rápido de gastronomía turca, a modismos centroamericanos, a economía anglosajona, a arquitectura gótica, a salvador dalí, a que Rulfo está o no está sobrevaluado. Total, con esta vieja se puede hablar de todo, la morra sabe de arte, de criquet, de cómo hacer un pinche kebab. Que diferencia del resto de morras con las que consuetudinariamente charlo, y a las que, fantochesca y ególatramente apantallo con ideas y enunciaciones muy simples y sin fundamento. Fenech, en cambio, se pone a discutir con este servidor, se apasiona, se emputa, rebate como si se le fuera la vida en ello y avienta cucharas y tazas en el camino. Al final, gane o pierda, se sonríe, porque para ella el debate es un fin per se, el resultado es secundario.
Lo menos chilo de la noche fue que el trovador que estaba en el café tocaba a todísima madre y no le pude poner atención por estar inmerso en los alegatos con la pinche Fenech, que eso sí, no da tregua ni a mentadas de madre.
Ya a lo último nos fuimos a terminar el tema a una banca de plaza zaragoza, previa compra de otra cajetilla de cigarros para ella y una coca vainilla para mi. Ya equipados hablamos de otro rato en un plano mucho más futurista, sus planes, los míos, mi incipiente paternidad, su incipiente graduación, la incipiente hora de clavarnos porque ambos entrábamos a las siete aeme a la escuela. La noche se fue de volada, como siempre que uno habla con Ana Fenech, una vieja que es tan chila que ni parece vieja. Pero es, y eso la hace todavía más chila.

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